martes, 19 de febrero de 2008
Ashes and Snow en el DF
El pasado domingo 10 de febrero arribamos al andén de la estación del metro Miguel Ángel de Quevedo, D., los niños y yo, en punto de las 8:00 am. El mito en torno a la ya famosa instalación Ashes and Snow, se remontaba incluso a las supuestas colas eternas para tener acceso a tan magno evento. Días después, hago el recuento de los hechos: bien podría parecerme una estrategia más de Colbert, de cuyo talento, sólo reconozco el mérito mercadotécnico.
Ningún problema: a las 9:00 am, hora en que se abren las puertas de la exposición al público, caminamos presurosos en una fila, propia de cualquier parque de diversiones, segmentada por medio de barrotes que desplegaban una enorme tripa de chorizo donde todos aceleraban el paso.
Lo más impresionante de la visita, junto con la porra de los pumas de la UNAM que nos acompañó en el mismo vagón a nuestro regreso, fue presenciar aquella multitud de personas -la misma que seguramente viaja, disgregada e indiferente, en arterias visibles y subterráneas a lo largo de toda la semana-, unidas todas, en completo éxtasis; tan dopadas como el guepardo que acompaña al niño de las fotos de Colbert.
La calidad del trabajo de Colbert no se merece ni dos párrafos: las imágenes, impresas en el recurrente amplio formato que caracteriza las exposiciones fotográficas de nuestros días, con el grano reventado, una supuesta "manipulación estética" del autor que me hace dudar más bien de la buena fortuna de la toma. En ciertos casos, la imprecisión de la imagen se confunde con una desgraciada ilustración hecha en papel amate. Los lugares comunes, todos. Lugares que no voy a repetir pero que me llenaron de rabia pues sólo contribuyen a reforzar la ignorancia de un pueblo actualmente descrito por sus bajos índices escolares nacionales. Mexicanos, la mayoría de ellos, imposibilitados de viajar a los Himalayas o al Amazonas para comprobar la falsedad que impregna a las imágenes de Colbert (...de verdad, ¿existirá algún lugar fuera de nuestros sueños, donde las ballenas vuelen?) Cito a D.: "Vivir la experiencia de Colbert equivale a tener un orgasmo musical mientras se oye a Yanni o a Di Blasio."
Al parecer, Colbert ya se ha percatado de lo anterior. En una premeditada fórmula infalible resguardada en nuestra indolencia artística, y que lleva por objetivo trastocar nuestras frágiles fibras a causa de la superficialidad emblemática de los tiempos actuales, a la vez que nublar la mirada de todo aquel que ha presenciado dicho espectáculo en su seudomuseo itinerante, Colbert prohibe la toma de fotografías, incluso con celular, de tan bienintencionada exhibición. Claro está, es sólo cuestión de ser vomitado por el segundo y último pasillo para adivinar sus intenciones: una tienda móvil que propone, desde adoptar un jaguar, hasta comprar los libros, posters y DVDs que Colbert ofrece al espectador. Un Colbert que ahora no sólo se limita a ser entrepeneur artístico, sino también fotógrafo, videoasta y escritor de unas epístolas que se escuchan en off mientras uno intenta detener el conato de náusea. La estrategia merece el premio a las 4 P's de Philip Kotler ¡Clap, Clap, Clap! De más está decir, que el supuesto patrocinio filantrópico de la Fundación Rolex en tal proyecto, es, por demás, sospechoso.
Mis hijos, por suerte, cansados de ver el mismo concepto repetido en dos formatos (pero al cabo, lo mismo: la diferencia, repito, es sólo el formato ...luego entonces, recuerdo a mis alumnos, calificar al museo nómada de "original propuesta", "algo nunca visto"...) Son muchas las veces en que, como madre, una siente que se equivoca. Pero cuando los escuché, no pude menos que celebrar mis escasas orientaciones artísticas en concordancia con su escasa edad. Mis alumnos, a quienes envié so pretexto de trabajo parcial referente a la mentada exposición, en cambio, cayeron en la triple trampa. La primera, mucho más inocente que la última: dar por hecho que, como profesor, uno sólo los envía a ver cosas buenas. La segunda, creer que el resultado de su calificación iría en función de sus halagos. La última, pobres de ellos: caer en la trampa New Age que Colbert tiende a todos aquellos que, presas de una sociedad templada por la violencia, la insulsez y la pornografía presentes a cada paso que dan, caen, paradójicamente, como bestias vivientes de un pletórico ecosistema para ser enviadas, sin mayor concesión, a la jaula de un zoológico citadino.
Hecha la posterior advertencia -"Para hacerse de un juicio se tienen que ver tanto buenas como malas películas, asistir a buenas y malas exposiciones, leer libros buenos y malos... al menos unas pocas y unos pocos"- cierro este texto con algunas de las impresiones de mis alumnos. Todos, incluida yo, aplaudimos la instalación de Vélez. Pero como les dije, retomando el excelente texto de José Luis Barrios, publicado en Confabulario, suplemento del periódico El Universal, "la instalación no hace al museo". Luego de aceptar, por unanimidad, que Ashes and snow estaba más cerca del Cirque du Soleil que del Centre Pompidou, otros añadieron que se trataba de un magnífico concepto, a lo que yo agregué: "...magnífico igual que The Body Shop o que La Casa del Tío Chueco en Six Flags." Algo me preocupa de estas generaciones: su cultura visual, mucho mayor que la mía, lejos de fortalecer, contamina sus modos de relación con el objeto, sea éste ocioso, artístico o publicitario. Pocos son los que distinguen la diferencia entre una muestra artística y este tipo de eventos, dignos de ser albergados en la nueva carpa Alameda Poniente ubicada en Sta. Fe, o, dada su gratuidad, y para hacer énfasis en el más reciente artilugio en políticas de entretenimiento del DDF, a un lado del zoológico de Chapultepec; escasos somos los que no nos explicamos por qué hace pocos meses se exhibía una retrospectiva del afamado fotógrafo publicitario Mario Testino, en uno de nuestros mayores centros culturales universitarios: el Antiguo Colegio de San Ildefonso. Los dos últimos eventos mencionados, son sintomáticos de lo que se entiende hoy en día por "cultura" o "arte" en nuestro país.
Al cierre de la sesión del viernes pasado, luego de recibir voluminosos ensayos sobre Gregory Colbert, que incluían folletos e imágenes capturadas en la red, una alumna opinó sobre mi muy particular impresión: "Cuando hablaste, sentí lo mismo que cuando mis papás me dijeron: Santa Claus no existe".
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3 comentarios:
Lo peor de todo es que, a pesar de que Santa Claus es un producto de nuestra imaginación colectiva (ayudada por Coca Cola y sus colores navideños), Colbert SÍ existe. Peor aún: se reproduce. En fin. Excelente texto, mi amor. Valió la pena la espera. Y fue un ejercicio magnífico, escribir nuestras impresiones al mismo tiempo y subirlas a sendos espacios virtuales. Así las cosas.
Querida amiga:
Yo por eso pienso que ¿por que no mejor les muestro mis fotos a ti, a tus hijos, sus amigos y tu flamante novio en mi casa? Tal vez quedarían mas satisfechos jajjajjahjhjajajjahhjajja
…aunque eso si; les quedaría debiendo el espectáculo que ofrece el numerito entero de pararte, ir en metro, hacer la fila, ver el museo, compartir la expo con tus conciudadanos, etc., etc., PERO, además, nótese que yo SI les permito tomarles fotos a mis fotos (hasta con celular) Y… les invito unos vinos y unos Boings de mango, por aquello de los menores de edad.
Por otro lado, la reflexión que me sale en este momento sobre el colega Colbert, su obra, la política y la concepción del buen o mal arte que como pueblo podamos tener, es que, en mi muy particular caso, las circunstancias cambiaron mucho, dependiendo del contexto en el cual se encontraba la mencionada exhibición artística.
Tuve la oportunidad de experimentar esta exposición en el 2005 en la ciudad de Nueva York, siempre caracterizada por muchas cosas, pero entre ellas, la G R Á N cantidad de arte que propone al mundo. Debo der franco y aceptar que en ese momento no me pareció tan despreciable exposición.
Las razones para tan tremendo tropiezo cultural pudieron haber sido muchas: mi ignorancia o mal gusto, o la combinación de ambas. Quizá haya sido la recomendación la amiga rica de la madre de mi flamante esposa. Tal vez me haya engañado la propia Ciudad y su reputación de centro de (buen) arte.
Es mas, ya aqui entre nos, la neta la neta, hasta un librito me compré… si tienes el entusiasmo de quien busca a Wally, lo podrás encontrar entre aquellos volúmenes que querias !YA! Para que veas que uno no entiende que no todo lo que uno ve le debe gustar… o no.
Hoy dia, y bajo muy diferentes circunstancias, me doy cuenta de que la exhibición del colega Colbert, independientemente de su buen, regular o mal arte, responde a peores y mas deleznables intereses que el de sentirse Miss Photography y querer vender un chingomadral de libros y recibir mas y mas patrocinios de Rolex Co. Éstos intereses solo responden a un solo impulso: ¿cuantos votos me significa?
Mucho mas allá del discurso comercial, de si es bueno o malo y de que si el museo hace o no a la expo, lo que mas miedo me da es que se utilicen este tipo de "eventos" para recoger votos como con pala.
Recién hoy escuchaba un programa informativo en la radio. Dicen (o decian) que, hasta ahora, van 700 mil personas las que han asistido a dicha muestra de fotografía. Y apenas en el primer mes de la expo. Faltan dos.
Dicen que el carnal masrcelo si sabe pr d´ønde pisa…
Mi querido Dante, aprovecho para confirmarte sobre ese jueves. Sólo iremos dos adultos, para que te ahorres los boings de mango. No cabe duda que el tema da para mucho y qué mejor que comentarlo ampliamente al calor de unas copichuelas. Sólo agrego que siempre me dan gusto las multitudes en museos y espectáculos (recordar la maravillosa pista de hielo). Considero ademeas que las funciones de un buen gobierno van meas allá de "gobernar" o bachear la ciudad, sino también de ofrecer una amplia gama relativa al uso del tiempo libre. Pero no confundamos arte con espectáculo. Ni gobierno con votos (y conste que Marcelo ni me viene ni me va). Besos
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