domingo, 2 de noviembre de 2008

Felicidad




A las 8:30 del lunes 13 de octubre, recibí oficialmente mi título de Maestra en Historia del Arte. Luz Ma., sinodal que fungió en calidad de Secretaria durante la firma de actas, reparó en la inusual manera de iniciar la semana. Una vez terminado el protocolo y despedirme de los representantes, acompañé a Daniel, Director de mi tesis, a que se tomara un café y fumara un cigarro. Platicamos de los proyectos futuros inmediatos; de la exposición próxima de Luis Barragán y de otras posibilidades en puerta. A raíz de Barragán y sus proyectos en el Pedregal, recordé a las dos personas que fueron el motivo por el que yo llegara a vivir a México a la edad de un año. Momentos después, acompañé a Daniel a que tomara un taxi; nos despedimos deseándonos buena suerte y feliz inicio de semana.

Una serie de papeleos y trámites en la UNAM impidió que arribara a tiempo a mi rutina habitual de los lunes: dar clase. No hubo tiempo, en esta ocasión, de celebrar con una fiesta de recepción o una gran comida. Tan pronto pasó el tiempo reglamentario en CU, me dirigí a mi nuevo hogar, ubicado en el centro de Tlalpan, a desvalijar cajas pendientes de la mudanza y acomodar libros, trastos, utensilios, ropa. Esa fue mi particular manera de festejar mi nuevo estatus. Alrededor de las 18:00, llegaron D. y los niños, estos últimos enfundados en sus trajes de Tae Kwon Do, demostrando las patadas triples y combinadas que aprendieron en clase. Ahora somos más en la casa: los niños, D., yo, mi perra Lola y Joe, el gato de D. Por suerte, Lola y Joe, acostumbrados a vivir en calidad de mascotas únicas, cada día que transcurre se caen mejor. A diferencia de la reciente vida pasada de Lola en la que, por ciertas circunstancias, su espacio vital se vio reducido a un pequeño patio por más de un año, hoy puede transitar libremente dentro y fuera de la casa. Cuando permanece afuera, tiene un jardín que, si bien no es grande, circunda nuestra casa de una sola planta por la que camina entre dos árboles de mandarina, una camelia y varios rosales, piracantos y alcatraces.

Por la noche del mismo lunes, llegó Alejandra, nuestra primera visita oficial a nuestra nueva casa. Cocinamos una pasta, cenamos con los niños, le entregué mi tesis autografiada, la cual esperaba guardada por semanas. Habérsela entregado en el día oficial fue una señal de buena suerte para nosotras.

El jueves siguiente recogí a los niños luego de sus talleres. Después de la mudanza parece que no extrañan la televisión. Las horas han transcurrido en la revisión de sus antiguos libros que parecen nuevos cuando los desempacamos. Les conté el añejo chiste de la fiesta de los papeles en la que el papel Bond salva a los pocos sobrevivientes al filo de los hermanos tijera. A mi sorpresa, se rieron mucho y yo lo celebré doblemente. Por la noche, fuimos D. y yo a ver, por tercera vez, los videos de Valérie Mréjen al Laboratorio Arte Alameda. Tuve la suerte de conocerla, en su franca paz. Los alumnos que acudieron al evento también la conocieron. La próxima vez que los vea, si ya he logrado desembalar todas las cajas de libros para aquel entonces, les leeré fragmentos de "Mi abuelo" -la pequeña novela autobiográfica de Valérie- como éste:

"Mi abuelo viajaba todos los años a Italia, desde donde enviaba una postal dirigida a nuestro perro."

"De niño, mi abuelo gastaba bromas en los hoteles. Echaba en los orinales unos polvos que hacían que la orina se pusiera espumosa y verde. Volvía locos a los botones."

"Cuando nos pasaba algo, mi padre nos tranquilizaba diciendo: 'no es grave'; y añadía: 'nada es grave, sólo la muerte'."

Luego de la exhibición de los videos, fuimos al Covadonga con Valérie, Cuauhtémoc, Tania, la Morra y D. Por la noche, D. y yo dormimos con los cuerpos amarrados en un largo abrazo, por quinta noche consecutiva.

A la salida de la clase que doy los viernes por las mañanas en el Claustro de Sor Juana, caminé por el andén del metro, como siempre, hasta alcanzar los primeros vagones. Perdida en mis permanentes tribulaciones, me vi distraída, de pronto, por las cabezas de dos hombres que asomaban por entre las pequeñas ventanillas de ventilación del primer vagón. Me sorprendió el cinismo, por no decir, la valentía con la que me hacían señas y me lanzaban chasquidos, sacando sus manos al exterior de la ventanilla y haciendo aspavientos con ellas para que yo me acercara. La sorpresa fue rápidamente sustituida por el inicio del miedo... ¿Y si entro al vagón y ellos se cambian al mío en la siguiente estación?, ¿qué debo hacer? Dos vendedores de Cds piratas que esperaban en el andén al igual que yo, se mostraban igual de estupefactos ante las muecas deliberadas de los extraños hacia mí. En eso, se asomó el chofer del metro, hizo otra serie de ademanes, supuse que iban dirigidos a mí, lo verifiqué al voltear la cabeza al lado contrario, pues no había nadie cercano que las pudiera descifrar. Al volver hacia el chofer, por primera vez di un vistazo al interior del vagón en el que, supuestamente, viajaría. Me sorprendió ver, en medio de él, un retén; estas altas estructuras plásticas color naranja que se utilizan en los andenes después de las 17:00 para dividir los vagones exclusivos de mujeres y niños. Al interior del vagón, alrededor del retén, observé a varios hombres, unos parados y otros sentados, con la mirada perdida y el cuerpo uniformado. Descarté que se tratara de reos pues su vestimenta no era parda sino de una combinación de azules asépticos. Lo anterior, conjugado con el pelo cortado a navaja y las reacciones completamente descontextualizadas de los primeros dos personajes, me hizo constatar que se trataba de los internos de un pabellón psiquiátrico. La nave de los locos, en una mañana de viernes en el metro de la Ciudad de México.

Las puertas del vagón jamás se abrieron. De cualquier forma, no pude evitar pensar en la suerte de una distraída, más pendiente de sus tribulaciones mentales que de los acontecimientos externos ¿Qué hubiera sido de mí si las puertas se hubieran abierto y yo entrara en automático, como casi siempre? Haber sido avisada a tiempo por medio de tantos signos extraños fue, en sí, otra una buena señal. Lo consideré un amuleto más de aquella afortunada semana.

Al parecer, en días próximos conoceré a F.A. Le entregaré, tal y como antes lo había pensado, mi tesis, emparejada a la foto de los perros que duermen en forma de ovillo.

7 comentarios:

David Miklos dijo...

Así la felicidad, así los locos y así las cosas, mi amor. Debo anotar que tenemos tres árboles de mandarina y tres camelias: las dos de la entrada, que aún no están en flor pero sí tienen muchos capullos.

María (ahora en paz) dijo...

Yo a Ud. lo amo de amor.....

Guillermo Núñez dijo...

¡Felicidades por la tesis!

María (ahora en paz) dijo...

¡Gracias Memo!

Anónimo dijo...

Que bueno que el perrito ya no está encerrado en ese patio :(

José Gabriel Zarzosa dijo...

Mary Paz! doble felicitación! Hacía tiempo que no veía tu blog. Fue bueno encontrar tan buenas noticias.

María (ahora en paz) dijo...

Y, aunado a todo lo anterior, me dieron la mención honorífica ;D (ando bien presumida)