martes, 9 de agosto de 2011

Vacaciones



Todo comienza con el anhelo. Los días se dilatan de sólo evocarlo. No obstante, en un parpadeo se acercan hasta que esos que queremos, llegan: los días de vacaciones acariciados por tantos meses.
La carretera es un paraje disfrutable sólo para los adultos que, anteladamente, sufrieron de exceso de chamba previa, lo que no les impidió de armarse de una buena selección de música. Los niños cuentan las curvas, las montañas, las casetas y los zopilotes. Nos marean con su "¿cuánto falta?" cada diez minutos pese a las advertencias nuestras de no develar ninguna clase de información, a toda costa, ignorando cualquier porfía. Nuestra resistencia parece estar tan curtida como nuestras estrenadas arrugas, a veces, no siempre.
La noche previa, el sueño con retenes; la atmósfera de inseguridad que nos permea tras la última emisión de noticias, toda clase de recomendaciones para quienes osan viajar en carretera. La pesadilla fatal, imaginarse en el peor de los escenarios para saber qué hacer en dado caso. Pasan por mi intrincada cabeza desde llantas ponchadas hasta abusos de autoridad, vejaciones, violación y tortura.
Aunque me confieso no practicante-casi atea, no puedo evitar el tradicional rezo mental cuando los neumáticos de la Scénic se amarran a la autopista. Los niños se impacientan, quieren comprar revistas, papitas, rastrillos y cubetas con todo y que llevamos un par de cada uno de los aditamentos playeros en la cajuela. Ignoran aun, que la canción que oyen se les quedará grabada en la memoria. Regresarán a ella y a este viaje cada vez que la vuelvan a escuchar.
Llegamos al mediodía al soñado paisaje. Nuestra carne reluce en su palidez, insisto en sumir la panza, para el tercer o cuarto día ya no me importará más. Sólo queda la mitad del día, todos emprendemos esfuerzos máximos para sacarle el jugo, como si se tratara de un día completo. Hasta la bebé se emociona, se revuelca en la arena como si la conociera de siempre. Todo le parece maravilloso: el mar, los perros, la brisa. Pedimos una pizza y nos la comemos mientras contemplamos las olas desde una palapa; hacemos bromas, sacamos fotos, somos felices.

Segundo día
Tradicionalmente, el segundo día es uno nublado. Hay en nosotros una mezcla de incredulidad y de sentencia, un ave de mal agüero ¿Por qué en nuestras vacaciones?, ¿por qué si sólo hemos venido a la playa una sola vez en lo que va del año? Sumisión final, no queda de otra. Me unto galones de bronceador al recordar el fin de semana en el que me insolé durante un día más tirado al gris que éste. Las rodillas me quedaron arrugadas para siempre, cargo el rastro de aquella mini vacación desde que tengo quince. En aquel entonces, llevaba un peinado que ahora me hace recordar a Chewbacca. La carne de la cara se me desgarró en gruesos pellejos, parecía una alcachofa sin desgajar. La más impopular cuando lo único que deseaba en aquel entonces era, precisamente, lo contrario.

Por fortuna, los niños encuentran amigos en un par de segundos, no más. Se hacen amigos del capi, de los meseros, recuerdan sus nombres de pila desde el año pasado. Son tan amigueros como yo cuando era niña y les sacaba plática a los vecinos de mesa, de alberca, de enramada, de asiento de avión. Los dejo ser como también me dejaron ser a mí. Rara vez les llamo la atención, no parece que importunan sino todo lo contrario.
Aprovechamos lo nublado del día para que la bebé merodee, haga un castillo con los hermanos, meta los pies en las puntas de las agrestes olas del mar abierto. Ella cree que nada lo mismo en el mar que en la alberca, se quiere desafanar de nuestras manos que representan hasta ahora su único cobijo y protección. Yo platico con las mamás de los recientes amigos de mis hijos, se une D., comienza el recuento de las coincidencias, el número de conocidos en común. Para la noche, acompañados de sendos whiskies, tequilas y chelas, ya hemos establecido un claro panorama de la situación del país, hemos comprado tamarindos y sombreros, entre todos le hemos dado $50 de propina a un loco simpático que se hace pasar por salvavidas voluntario. Nos dice que no nos puede agasajar con "el Cristo" ni ninguna pirueta por lo picado del mar. El país está jodido, es como uno de los perros playeros que se ha quedado ciego luego de tamaña infección en los ojos. Detectamos desazón en las caras de los ambulantes playeros, más muros descarapelados y negocios cerrados que el año anterior. Si preguntamos a los empleados del hotel sobre la situación, ellos no hablan de crisis. "Así es en agosto, es por el clima". Se me antoja pensar que los tienen aleccionados, no vaya a ser que se corra el rumor y el año que venga esto sí esté realmente desolado. Hace un verano, tres, cuatro atrás, Pie de la Cuesta se encontraba infestado de turistas por estas mismas épocas.

Los estrenados amigos se van al día siguiente, intercambiamos nuestros datos. Por la noche, dejamos las toallas en la terraza y cae una tormenta que, lejos de secarlas, las inunda.

Tercer día

Ha salido el sol, todo fluye, casi no hay playa, el mar se la ha devorado. No sé cómo le voy a hacer pero prometo trotar esa misma tarde ya que por la mañana, el sol nos sorprendió pasadas las nueve a.m. Los niños conocen nuevos amigos, hacen castillos, minas y túneles; los amenazo, les explico que deben untarse más bloqueador. Anna parece un muñeco de nieve perdido en la playa gracias al FPS del 60. Los adultos estamos estreñidos, yo le echo la culpa a la falta de ejercicio. Aún así, todo me parece maravilloso, el día de hoy hemos comido excelente, a diferencia de los anteriores platillos, lugares y decisiones erradas. Me vale madres si me tomo más de una chela por día, le paro al recuento de las calorías, ya llegará el regreso al mundanal ruido y su consabido régimen de horarios y disciplina: estamos de vacaciones. Leo, reflexiono, saco conjeturas que me sorprenden, estoy de buen humor. Por la tarde, corro como me había prometido, las canciones del shuffle se enfilan una tras otra y me sorprende su sincronía. Miro los edificios descarapelados, en ruinas, los rostros de la gente, las redes improvisadas de voleibol y las porterías del futbol playero. A través de todos ellos, siento que huelo el México inexplicable y común a todos. Corro y lo hago muy mal, parece que me despeño de los montículos apenas amortajados en el débil horizonte de la arena.
La bebé tarda en dormirse esta noche. Comió muy bien a lo largo del día pero hizo el gran entripado al final pues amenazamos con "apagarla" cuando todavía le queda pila para rato. Ni modo, las luces se extinguen.

Cuarto día
Estoy en mi día irritable. Uno de los niños se insoló, la bebé amanece de pésimo hunor. Hoy no corre brisa y hace un calor del nabo. Me prometí un masaje para este día que ahora me parece excéntrico. Hoy no hay niños con quien jugar. Los míos se aburren y preguntan "¿qué hago, mamá?". Pero ¿qué acaso no hay suficientes opciones disponibles? Lee, nada, haz un castillo, duérmete, ¡son vacaciones!, deja de joder. Parece que nadie se da cuenta de que se trata de mi día cero. El volumen de las bocinas me parece de una insolencia espectacular. ¡Qué mal gusto musical tienen los dueños de este lugar! El "mi amor", "sí, corazón" dirigido a mis hijos ha sido sustituido por "Porque sí y te callas", "si no te sales de la alberca a la de tres..." Mis días susceptibles generalmente coinciden con la irascibilidad de Anna y la extrañeza de mi marido. Y, cuando llega mi simpleza, mi facilidad inusual de talante, chocan entonces con la intolerancia de él. En cuestión de hormonas no siempre nos ponemos de acuerdo. Cuando sucedió en los primeros días de sosiego, me dieron ganas de decirle que parecía que lo habían mandado a vacacionar al gulag de Siberia...en realidad no me quedé con las ganas y se lo dije. ¿Quién dijo que el mar, las vacaciones, lo curan todo?
Les pregunto a los niños si se quieren regresar y me dicen que sí. La bebé sólo quiere estar sumergida en agua pero los flotis que le compré no la mantienen a flote. Me arrepiento de no haber pagado los $600 del traje de baño con hule-espuma integrado a manera de lastre que, en su momento, me pareció excesivo. Me pregunto si opinaría lo mismo de las vacaciones si tuviera una casa en los Hamptons. Me siento culpable, sobre todo cuando recuerdo que soy de aquellas madres que recomienda cada vez que puede, contar sus bendiciones, voltear al lado y encontrarse con los niños que trabajan, lo jodido que es también, vivir de este lado del mundo. Es falso sentenciar: "En el mar, la vida es más sabrosa".
Mañana nos regresamos, para bien o para mal. Nuestro presupuesto dio para cuatro noches y cinco días en este hotel rústico venido a menos por la crisis. Mi hijo mayor me sorprende con sus detalles detectivescos al relatarme la historia y los chismes del hotel, el mal carácter de la dueña que todos los empleados -¡Ninguno mamá!, ¡ninguno dijo lo contrario!- dicen que tiene. Mis dos hijos mayores me recuerdan que les prometí una vuelta a caballo. Me duelen las vacaciones y el bolsillo. Ya no me parece la mejor idea cabalgar en esta estrechísima franja de playa al ver lo tieso y huesudo de los jamelgos. ¡Vaya!, hasta pensaba inaugurar la memoria de la pequeña con su primer paseo a caballo. Recuerdo el primero de los paseos de mi hijo el mediano. Tenía más o menos la misma edad de Anna, estábamos en la Marquesa, iba montado con su padre, luego de finalizada la mini excursión ayudé al padre a bajar al entonces bebé. Rechinó tan fuerte por bajarlo del caballo en contra de su voluntad y me tomó tan enérgicamente de las orejas, que sentí que me las iba a arrancar. Me sorprendió tanto su fortaleza como su naturaleza iracunda.
"Mañana nos regresamos", me repito. La vida de seguro tendrá sus mecanismos para salir de la marejada y adentrarse en la cotidianeidad. Nos sonríe la tradicional pasada por la cecina de 4 Vientos, ya me vale madres si a estas alturas se me ve panza o no. El siguiente viaje será uno internacional ¿me estaré quejando igual para entonces? No sé por qué pero me cuesta creerlo.

(Increíble pero cierto: Esta es la primera foto de nosotros cinco como familia. Ahora que edito este blog pienso que no serán mis hijos los únicos que rememoren estas vacaciones al oír ciertas canciones. Y cuando suceda, la nostalgia me anegará, de seguro).