sábado, 18 de abril de 2009

olvido-recuerdo



Para Ale de la Puente


(Texto leído en la presentación del proyecto artístico olvido-recuerdo, el día de hoy en Casa Refugio)

En una de las páginas iniciales del libro que resume el proyecto “olvido-recuerdo”, Ale dice de Robert Stewart: “Son pocas las personas con las que me bastan veinte minutos para darme cuenta que puedo llegar a quererlas y que la relación con ellas podría ser larga.” A mí me pasó lo mismo con Ale cuando la conocí. Nos habíamos visto una o dos veces sin cruzar prácticamente palabra hasta que llegó como invitada añadida a una comida de celebración de mi cumpleaños. Fueron suficientes cinco, diez o quince minutos para quererla para siempre. Y aunque resulte muy cursi comenzar esta presentación así, me tomo la libertad pues este proyecto, probablemente sin una clara intención previa de esta naturaleza, está conformado de eso: de un gran amor por la vida reflejado a través de la visión particular de Ale de la Puente y de Robert Stewart, a mi manera de ver, no sólo hipnotista, herramienta primigenia, el colaborador más cercano, el observador que afecta al observado, sino también cocreador de este proyecto, en donde el arte tan sólo se vuelve el aparato mediador para abordar un sinfín de elementos entre los que destaco algunos, a continuación.

Me gustaría referirme a un par de cosas que considero importantes subrayar. Conocía de manera un tanto superficial la obsesión de Ale por los juegos de palabras. Juegos que, de pronto, se convierten en enrevesados poemas. Ayer, al intentar estructurar un guión de presentación, recordé los juegos de palabras que hiciera Walter Benjamin. Las llamadas “Constelaciones”, que no son más que una geografía, o bien, una topografía del pensamiento humano. Benjamin, aunque pensador o filósofo –como lo queramos llamar, el título siempre le quedará corto–, era también un artista desde mi muy particular punto de vista. Para él era igualmente importante lo que se decía que el espacio que circundaban sus palabras: las proporciones, la arquitectura de la página. Además del sentido de los escritos, existía la necesidad de crear algo para que el ojo lo viera. La correlación espacial entre unos y otros párrafos dispuestos de cierta manera, genera distintas relaciones. Se intuye que, para ciertos textos, como el ensayo que hiciera sobre el escritor y periodista Karl Krauss, Benjamin escribió esta suerte de objetos lingüísticos que recuerdan los caligramas de Apollinaire, bajo el influjo de la mescalina. Cierto o no, no es relevante. Lo realmente relevante es que estas figuras diagramáticas que a veces guardan similaridades con las rosas de los vientos y sus múltiples direcciones cardinales, desfloradas a veces en 16 que, a su vez, se dividen en 32 direcciones, son para Benjamin la detonación del espíritu, la destrucción del lenguaje como hasta entonces había sido abordado.

Ale intenta esta suerte de juego a partir del siguiente esquema lingüístico, semilla de este proyecto, de donde sólo mencionaré algunas posibilidades de entre las posibles seis combinaciones:

Aislar el ego / aceptar el tiempo y el espacio / incluir el lenguaje
Aceptar el ego / incluir el tiempo y el espacio / aislar el lenguaje
Incluir el ego / aislar el tiempo y el espacio / aceptar el lenguaje

Igual que Benjamin, Ale somete el lenguaje, explota las múltiples capacidades de evocar un sentido al tiempo que lo constriñe. Benjamin hablaba de una relación singular con las palabras muy similar a la que se tiene con un amor platónico: “Cuanto más te acercas a una palabra, más distancia toma de ti. De ahí la necesidad de dedicación, de devoción a ella.”

En este caso, Ale no decidió ingerir mezcalina mas sí imbuirse en un proceso hipnótico que le llevó varias sesiones en virtud de la premisa “Nuestra ilusión de tiempo es construida dentro del lenguaje mismo. Necesitamos una nueva”. Si la conciencia se vuelve nuestra frontera de relación, habrá que sortearla. Pero ¿qué sucede cuando, avanzado el proceso hipnótico trazado por ambos –Ale y Robert– se pierde el rumbo, aparece el gran fantasma temido por todos: la desorientación? Dice Ale: “En un mundo finito ante nuestros sentidos, la desorientación surge frente a la imposibilidad de explicar una experiencia en términos de nuestro discernir” No hay lenguaje posible, en este punto, capaz de desentrañar lo vivido-no vivido. Y aquí, el “hubiera” surge como conjugación deseada mas imposible: Bien sabemos todos que el hubiera no existe. Ale se pregunta: ¿En qué momento el ser humano pudo expresar “hubiera”? “Hubiera aventado una piedra antes de entrar a la cueva” ¿será en aquel momento prehistórico en que el hombre quiso conjurar por primera vez esa alternativa de pensamiento o de acción? Pasado imperfecto, futuro imperfecto. Dice Ale: “El ‘hubiera’, el pasado imperfecto, tiene su relación con la memoria, en ese tiempo hacemos presente la imposibilidad misma de hacer presente el pasado” ¿Cuántas veces a lo largo de este proyecto, tanto Robert como Ale se preguntaron por el “hubiera”? Y me refiero, concretamente al momento en que, en apariencia, se pierde la brújula. ¿Y si olvidara recordar?, recuérdame recordarte. Hubiera recordado olvidar que recordaría. Olvidaré que recordando habría olvidado aún recordar que olvidaría.” Es en el momento cuando Ale se enfrenta por primera vez a contemplar los registros en video de las sesiones hipnóticas y declara: “dejé de ser yo para ser ella”. Y recordar olvidar lo convierte en un olvidar recordar.

Al leer este proyecto, recordé una de las obras de Rebecca Solnit: “A field guide to getting lost”, (Una guía para perderse). ¿Y cuál es el sentido de perder el rumbo en la vida de un ser humano? El sentido radica en recuperar el valor de la vida misma. Dice Solnit: Las cosas que queremos son transformativas y no sabemos o sólo pensamos que sabemos qué hay del otro lado de esa transformación. Amor, sabiduría, gracia, inspiración, ¿cómo hacer para encontrar dichas cosas que estarán al alcance, de cierta manera, al extender los límites de uno mismo dentro del territorio desconocido –la terra incognita– para devenir y convertirse en una mejor persona? Solnit encuentra que es en el trabajo del artista donde existe la posibilidad de abrir puertas para lograrlo. En la ciencia también: Robert Oppenheimer, el físico que dirigió el Proyecto Manhattan señaló, “la vida siempre está al margen del misterio, la frontera de lo desconocido”. Ciertos artistas y científicos transforman lo desconocido en lo conocido, arrastrándose hacia los confines de las profundidades como pescadores, siendo capaces de sacarnos de ese oscuro y abrupto océano.

Solnit recuerda, asimismo, lo que es “perderse” para Walter Benjamin. “Perderse, una rendición voluptuosa, perdido en tus brazos, perdido en el mundo, totalmente inmerso en lo que está presente de tal forma que el derredor se desvanece. En los términos de Benjamin, estar perdido es estar completamente presente, y estar completamente presente es ser capaz de ser en medio de la incertidumbre y el misterio.
Perderse nos remite a la posibilidad de explorar. Solnit repara en las deambulaciones infantiles como la primera posibilidad de desarrollar confianza en uno mismo; un sentido de dirección al tiempo que de aventura e imaginación. La voluntad de explorar y sentirse un poco perdido para luego encontrar el regreso o la salida. Solnit se pregunta sobre lo que le depara a esta nueva generación infantil que vive una especie de arresto domiciliario, pues ¿en dónde obtendrá la oportunidad de adiestrar este potencial humano, inherente en nosotros desde el tiempo de las cavernas?

Ale, una niña irredenta, sabe bien lo que Solnit afirma puesto que lo vivió. Finalmente la clave para la supervivencia es saber, de alguna manera, que estamos perdidos. La cuestión radicará en cómo decidamos perdernos ya que no haberse perdido implica no haber vivido. No saber perderse te lleva no a la conservación sino a la destrucción. Y en algún lugar de la terra incognita, descansa una vida de descubrimientos. Como Solnit afirma y como Ale comprueba en este proyecto, “Perderse es el principio de encontrar el propio camino o encontrar un camino análogo en virtud de las múltiples posibilidades que hay de estar perdido.” Hasta no haber perdido el mundo es que nos encontramos a nosotros y nos damos cuenta de la infinita extensión de nuestras relaciones. Solnit recuerda un pasaje de Virginia Woolf: “Por ahora no necesita pensar en nadie. Puede ser ella por ella misma. Y desde entonces, es que ella siente la necesidad de pensar; o más bien, ni siquiera de pensar sino de estar en silencio; de estar sola. En ciertos textos de Virginia Woolf, se emprende la aventura del viajero a la búsqueda, conquista o recuperación de sí mismo, la Itaca de Kavafis, sólo que en este caso, el viaje no es geográfico sino metafórico. Comienza y termina aquí, en solitario, al sacudir los grilletes, liberándonos así de los mismos. Perder el control. El arte de perderlo no radica precisamente en olvidar sino en dejar ir. Y cuando todo lo demás se ha ido, se puede ser rico dentro de la pérdida.

Solnit divide esta guía en capítulos, de los cuales, cuatro se llaman “El azul de la distancia”: el color de los límites y las profundidades, presentes en el cielo y en el océano: agua, cielo, melancolía, la distancia hacia el horizonte, la belleza del mundo, las páginas en las que Ale pierde el control y se deja ir. El color donde no estamos. Y, asimismo, recuerda las aventuras de Cabeza de Vaca que se perdió, forjando un mundo propio y recuperándose a sí mismo. Recuerda también el International Klein Blue patentado por Yves Klein con el que pinta en 1957 un mundo sin divisiones entre países, sin tierras ni océanos aparentes, una terra incognita inconquistable y, a la vez, un acto feroz de misticismo en el que Klein nos recuerda la pérdida de objetualidad de la obra de arte misma como también lo hace Tony Smith en los cincuenta y Ale de la Puente ahora: la experiencia como obra de arte, ese punto inmaterial, Zen, azul al que Klein invocó.

Para finalizar, en uno de los apartados del proyecto, se incluyen los intercambios vía e-mail entre Luis Felipe Ortega y Ale. Luis Felipe le pregunta: “A propósito de la gravedad ¿Qué hacemos para restarle peso a las cosas? ¿Cómo podríamos hacerlas ligeras? Pienso en la escala, pienso en hojas blancas que se comunican por el trazo de un lápiz.”

“La realidad en su gravedad tan plana, tan tensa de gravedad…buscar nuevos horizontes ligeros…donde lo ligero no implica la carencia de importancia ni la carencia en sí misma, sino aquel estado ligero donde lo “grave”, la gravedad, tan sólo se entiende porque en algún momento habrá dejado de existir…Es ahí, ese momento y ese espacio donde la posibilidad del entender se transforma en el sentir.”

La gravedad me recordó a Simone Weil, la mística que murió de hambre, se sacrificó y sufrió por todos los sufrimientos del mundo y combatió todas las injusticias de la Tierra en carne propia. Una secuela lógica aunque difícil de entender, de transmutar su amor a la belleza del mundo. ¿Qué dice y, a la vez, recomienda Simone Weil? Todos los movimientos naturales del alma se rigen por leyes análogas a las de la gravedad física. La única excepción la constituye la gracia. Ella confía en lo que llama “una actitud suplicante”: “Necesariamente debo dirigirme hacia algo que no sea yo misma, puesto que de lo que se trata es de liberarse a uno mismo. Aceptar el vacío. No ejercer todo el poder de que se dispone es soportar el vacío. Lo de aceptar un vacío en sí mismo es sobrenatural ¿dónde hallar la energía para un acto de contrapartida? La energía ha de venir de otra parte. Y sin embargo, primero ha de producirse un desgarro, algo de índole desesperada; primero ha de producirse un vacío. Desear en vacío, desear sin anhelo. Separar nuestro deseo de todos los bienes, y esperar. La experiencia enseña que dicha espera es fructífera. Se adquiere entonces el bien absoluto.” O como señala Ale: “El dolor es. Se puede vivir en el tiempo o en el espacio. Si se vive en el tiempo habrá que esperar a que el tiempo fluya. Si se vive en el espacio, habrá que moverse de ahí. El dolor es. El sufrimiento es su prolongación, por gusto. Volviendo a Weil: Un vacío que está más lleno que todos los llenos.

El proyecto fraguado por Robert y Ale, además de ser la historia de una relación, termina por ser el producto del amor. Para quienes eso despierte su curiosidad, tendrán sólo que leerlo. Desearán ser hipnotizados por Robert, ver las hojas de los árboles más verdes, escuchar la música inscrita en su movimiento al ritmo del viento. Se darán cuenta de la radical diferencia que existe entre amar y ser amado y terminarán por coincidir con estos dos autores: bien vale la pena tratar de llegar a tener una semana como la de Ale en la que amaba todo y a todos, mas por trabajo propio, por decisión propia.

Simone Weil dice: “Sólo la privación hace que sienta la necesidad. Un único remedio para ello: una clorofila que permitiera alimentarse de luz.” Y nos recuerda: “No hay más que un defecto: carecer de la facultad de alimentarse de luz.”


Tlalpan, 18 de abril, 2009.