jueves, 29 de enero de 2009

Ya nada es igual



El pasado lunes leía a Arnold Hauser a propósito de una sesión que debía preparar sobre el arte en el Barroco. En uno de los últimos párrafos del capítulo, el autor cuenta la forma en que el contundente hallazgo de Copérnico al afirmar que nuestro sistema era en sí, heliocéntrico, permeó gran parte de las obras de dicho periodo:

“El hombre se convirtió en un factor pequeño e insignificante en el nuevo mundo desencantado. Pero lo más curioso fue que, ante esta nueva situación, adquirió un sentimiento nuevo de confianza en sí mismo y de orgullo. La conciencia de comprender el Universo, grande, inmenso, implacablemente dominador, de poder calcular sus leyes y con ello de haber vencido a la Naturaleza, se convirtió en fuente de un ilimitado orgullo hasta entonces desconocido (...) Todo el arte del Barroco está lleno de este estremecimiento, del eco de los espacios infinitos y de la correlación de todo el ser. La obra de arte pasa a ser en su totalidad, como organismo unitario y vivificado en todas sus partes, símbolo del Universo. Cada una de estas partes apunta, como los cuerpos celestes, a una relación infinita e ininterrumpida; cada una contiene la ley del todo.”

Como muchos saben, los marcos teóricos de Hauser han sido superados y/o ampliados por sus sucesores. Sin embargo, a pesar del materialismo histórico a veces frío que corre por sus venas, en estos pasajes se adivina una pasión irreflenable al hacer teoría; una postura que va in crescendo hasta ser cerrada por él con bombo y platillo.
"Cada línea conduce la mirada a la lejanía; cada forma movida parece quererse superar a sí misma; cada motivo se encuentra en un estado de tensión y de esfuerzo, como si el artista nunca estuviera completamente seguro de que consigue también expresar efectivamente lo absoluto. Incluso detrás de la tranquilidad de la vida diaria representada por los pintores holandeses se siente la intranquilizadora infinitud, la armonía siempre amenazadora de lo finito."

Ese mismo lunes pensé en el hombre anquilosado en aquella época, sujeto de una gran consternación al verse desprovisto de lo que había sustentado su existencia por siglos. No sólo la institución de la iglesia, antaño intocable, sino también los dogmas teológicos cuestionados por los reformistas, y la ciencia hasta entonces contenida e inamovible, era derrocada en sus preceptos más irrefutables. Aquel hombre promedio era incapaz de vislumbrar qué seguiría. Apabullado quizá, tan sólo alcanzaba a contemplar la virtuosidad de Bernini o la sincera claridad de Vermeer. Con dificultad hubiera imaginado la caída de sistemas económicos, de gobierno y de pensamiento. Menos aún la conquista del espacio, las imágenes de Marte capturadas por un satélite artificial.

Al día siguiente, otro tema nos competía en clase: La prehistoria del arte contemporáneo, presente en los sustratos decimonónicos. A razón de leer las opiniones de curadores respecto a si el arte contemporáneo se rige o no por un determinado marco de reglas, recordé de nuevo los usos y formas prevalecientes en los tiempos de las Bellas Artes. Aquéllas que, como les explico a los alumnos, se escriben en mayúsculas doradas y se exhiben en una marquesina. Recuerdo de forma muy general el sistema de valores que regía la vida de la sociedad del Medioevo o la del Neoclásico y, aunque cliché, me vuelvo a preguntar ¿cuáles son los retos a los que se enfrenta la sociedad actual? (aún cuando muchos de éstos nos los sepamos de memoria). Recordé, asimismo, pasajes de la colección redactada por Georges Duby ¿Cómo podría haberse imaginado el futuro una mujer del antiguo Imperio Romano? Me la imaginaba a ella en contraste con la mujer promedio de la sociedad actual –si es que existe–, ¿cuáles eran sus preocupaciones?, ¿serían las mismas que ahora?, ¿cuáles habrían cambiado y cuáles subsistían como las más importantes?

Mientras transcurren los días de la semana, a la quiebra de los bancos estadounidenses le sigue la de los islandeses y los encabezados de las primeras planas recuerdan el Apocalipsis de San Juan. Nadie hubiese imaginado que el neoliberalismo alcanzó incluso a los grandes carteles del narcotráfico y que ahora se geste una batalla intestina contra los pequeños -"los piratas"- con tal de reorganizar el control del mercado.

En nuestro barrio, un grupo de chicos de la cárcel de menores se amotina. Los menores se quejan tanto de los malos tratos como de las pésimas condiciones del internamiento. Cuando pasamos enfrente del Tutelar, no entendemos el despliegue de seguridad: alrededor de cien granaderos, ambulancias y camiones de bomberos para intentar contener a lo que se cree fue la tercera parte del reformatorio en rebeldía. Eberard anuncia esa misma noche: "Todo bajo control". Sin embargo, pasan los días y un helicóptero policíaco vuela en círculos bajos sobre el techo del edificio mientras mi hijo de nueve años me reclama que ya es hora de que él tenga un perfil en facebook.

¿Alguien me puede decir qué sigue?

2 comentarios:

Guillermo Núñez dijo...

No quiero ser catastrofista, pero sigue Godzilla.

María (ahora en paz) dijo...

¡Ja! Ojalá y sólo siguiera eso. Abrazo