martes, 8 de septiembre de 2009

Gate 18



Son las 23:25 del domingo 6 de septiembre. Llevo casi cuatro horas varada en el aeropuerto de la ciudad de Guadalajara. Mi vuelo inicial despegó con rumbo al DF a las veinte horas tras un ligero retraso. No había pasado ni media hora de estar al ras de las nubes cuando el capitán nos avisa por las bocinas que debemos regresar a Guadalajara por las pésimas condiciones meteorológicas en la Ciudad de México.

Sigo aquí, en un estrecho asiento de una incómoda sala de espera. Las pistas del aeropuerto de la capital están anegadas. Se espera que, con suerte, dicho aeropuerto reanude operaciones alrededor de las 2:30 am y recibir, poco a poco, el cúmulo de vuelos retrasados. Tengo que llegar a dar clase a las 10 am y me temo que no serviría de mucho cambiar mi vuelo al primero de la mañana. Tal parece que llegaría, más menos, a la misma hora de una u otra manera. Tendré que pasar la noche aquí en esta sala, ya que ni la aerolínea ni el aeropuerto se hacen responsables de gastos de transporte ni de hospedaje debido al escenario climatológico ajeno a su control.

Dudo en volver a Guadalajara y dormir con D. un par de horas -dormir en compañía, abrazada, abrazarlo a él-, sin embargo, mi mente hace cuentas: $600 en taxi por una cantidad de horas inexacta, brumosa.

Poco a poco han sido numerosos los que han desertado de mantenerse a la espera, sobre todo, aquellos que tenían vuelos en conexión con otros lugares de la república. Los latinoamericanos, que no pueden hacer nada mas que incrementar su paciencia, se solidarizan. Se encuentran ante un callejón sin salida ya que los vuelos que requieren se toman forzosamente en el DF. Venezolanos, cubanos y peruanos se reúnen en círculo y hacen chistes, ríen al menos. Más tarde se unirán a ellos un par de mexicanos prototipo, que los animarán a abrir la caja de Don Julio que llevaban de regalo, compran latas de Squirt y les enseñan a hacer "Palomas". El cubano saca una cajetilla de puritos y, convenciendo a los sobrecargos que se encargan de nosotros como si fueran guardias, logran burlar las medidas de seguridad y abrir la compuerta que da al exterior para tomar y fumar. Un argentino comienza a ligarse a su vecina que lo mira, ilusionada ante el luminoso futuro que sospecha en medio de un jet lag abominable. Debo confesarlo: yo quise, en algún momento de la noche, hacerme amiga de una peruana que viajaba en compañía de su hijo de tres años. Cruzamos un par de sonrisas y de gestos relativos a la incoherencia de nuestra presencia en aquel lugar. Me dan ganas de contarle que estoy embarazada aunque todavía semeje una evidente hinchazón estomacal. Más tarde, debrayo y me imagino contando a mis amigos, a mis hijos, a éste que espero, la fortuita anécdota que nos unió a mi nueva amiga peruana y a mí. Imagino viajar a Lima para visitarla en unos años; incluso la imagino a ella, en la comodidad de mi casa, unas horas después, esperando su vuelo de conexión en algo más que una sala incómoda.

Pero la peruana de pronto se esfuma con todo y carriola. Horas después, más bien, nuestras miradas de hastío se entrecruzarán. Creo que ambas hemos abortado la misión de lo que prometía una fructífera amistad. Ahora nos encontramos en sendos extremos de la sala de espera, agotadas.

Recuerdo que tenía que regresar una película en Blockbuster antes de las 11 pm; que debía descongelar unas hamburguesas de pavo para la comida de mañana; que Mina, mi perra, ya se habrá acabado el agua de su cubeta. Al menos, me queda la esperanza del torrente que imagino, cayó sobre la ciudad. Esa misma agua que me impide llegar a casa servirá para aplacar su sed.

Mientras pienso que debo apoltronarme de lado izquierdo para optimizar la irrigación del torrente sanguíneo hacia el bebé que espero, contemplo a los latinoamericanos en su pequeña bacanal y vuelvo a desvariar. ¿No sería posible, acaso, que todos hiciéramos una gran ronda?, ¿que expresáramos aquello que nos angustia, que nos tortura, o bien, lo que más anhelamos, nuestro más grande deseo? Miro a todos e imagino quiénes podrían ofrecerme una observación atinada, darme un buen consejo, quiénes lograrían apaciguarme, cuáles reirían inocentemente al pensar que lo que me atribula no tiene nada que ver con los verdaderos problemas de la vida. Observo al venezolano de pelo cano y sonrisa quieta, y pienso que podría ser él aquel que me brindara un mejor dictamen. De entrada, me imagino su respuesta: Que no me angustie, que no sirve de nada. Que, como leí en el libro más reciente, a la vida se viene a pasarlo bien.

Recuerdo la facilidad con la que hacía amigos en los vuelos aéreos de mi infancia. No sólo en los vuelos; en los viajes, en los restaurantes, en los hoteles, en sus piscinas, en la playa, en los parques. ¿Cuándo fue que perdí aquella candidez?, ¿Sirvió de algo ahorrarme esa iniciativa que me caracterizaba? De pronto, recuerdo a mis hijos mayores, me llevo la mano al vientre y acaricio a mi único y seguro acompañante... ¿Será niña?

Por lo pronto logré avanzar más páginas del libro de Foucault de las previstas : "...el alma recibe los movimientos del cuerpo y se asimila a él, en tanto que el cuerpo se altera y se corrompe por las pasiones del alma". Pienso en la mejor opción de aquí a que todos recibamos noticias: conectarme al i pod, seguir leyendo, recostarme del lado izquierdo de mi cuerpo, intentar de nuevo con la peruana. Pero de todas las opciones, la que me sigue resultando más atractiva, es la de formar un círculo y, llegado mi turno, decir a todos: Me llamo María Paz y esto es lo que me angustia; o: me llamo María Paz y este es mi mayor deseo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

María, con los años se pierdan tantas cosas pero se ganan otras. Por tu mismo estado veo que estás muy susceptible con mil emociones a flor de piel y claro en ese momento somos una revolución absoluta. En mi caso me la pasé casi los 8 meses "súper chipil" porque ninguno de mis dos embarazos llegaron a las 40 semanas, los dos curiosamente fueron de 38 semanas y media. Pero bueno, al leerte me vinieron mil recuerdos y emociones a la vez, te felicito para este nuevo angelit@ y ojalá y sea niña...yo tengo dos y son maravillosas.

Saludos
Es muy grato el leerte

SAN

María (ahora en paz) dijo...

¡Gracias SAN! No es consuelo de tontos pero sí reconforta saber que no se trata sólo de una. Agradezco mucho tu comentario.
MP

Monserrat sin t. dijo...

Hermosas palabras resultaron a pesar de lo tediosa que puede ser la espera en un aeropuerto.

¡Hubieras gritado a los cuatro vientos cual niño, algo, cualquier palabra y decir al final que era la voz de tu bebe!

Yo también siempre pienso en por qué uno pierde esa capacidad que tienen los niños para estar en su mundo y compartirlo a gritos, llantos o risas en cualquier lugar y con quién sea.

María (ahora en paz) dijo...

¡JA, JA, Monserrat! Buena idea eso de fingir demencia, te hubiera tenido a mi lado y otra hubiera sido la historia. Bueno, al menos la hubiéramos pasado mejor y, de seguro te ibas a mi casa y yo a la tuya en un par de años.
Al menos lo compartí contigo. Un abrazo.
MP