domingo, 14 de marzo de 2010
De la nueva vida con Anna y otras cosas
Nos supimos embarazados y, como por arte de magia, llegaron a nosotros bebés, parejas igualmente embarazadas, fiestas de cumpleaños con piñata incluida. De las primeras que recuerdo, la de cinco años de Pablo cuando yo rondaba los tres meses de embarazo. Sólo era cuestión de fijarse un tanto más en el espacio circundante para encontrar carreolas, panzas preñadas, ropa de bebé por doquier: en el metro, en los parques, en las esquinas. Previo a eso, nada, sólo la vida que se me antojaba hasta un tanto adulta de Guido y Tomás, mis hijos mayores.
Ahora que Anna está entre nosotros, son muchos los bebés, las mamás y futuras mamás que nos rodean; desde un futuro primito que nacerá a principios de agosto hasta una gran hueste de amiguitas y amiguitos que seguramente acompañarán a Anna en la estimulación temprana, el kinder, las fiestas de cumpleaños, la primaria...
Extraños los juegos del tiempo, más de uno apelaría a la sincronicidad junguiana en torno a las coincidencias de saberse en el mismo sitio que otros muy cercanos. Aunado a ello, está la duración del mismo que se alarga como una banda elástica inconmensurable, al tiempo que cae, las más de las veces, a cuentagotas. Recuerdo cuando todavía no cumplía ocho meses de embarazo y me parecía que faltaba una eternidad para el arribo de Anna. Hoy a veinte días de sucedido su nacimiento, siento que han transcurrido milenios desde entonces, las escenas idílicas del hospital, su tierna cara redonda en mitad de la noche cuando dormíamos ella y yo, abrazadas en la misma cama del cuarto número 27. Y, sin embargo, cada día que pasa es tan extenso y tan corto a la vez, se mide por tres horas, el tiempo en que Anna tarda en comer, en mantenerse despierta, en ser arrullada y lo poco que queda para desayunar, bañarse, distraer un poco la cabeza o descansar.
Mañana serán veintiún días desde su nacimiento, en una semana más Anna cumplirá su primer mes de vida. Atrás quedaron las primeras mayorías de edad: el día que cumplió una semana, el día en que se le cayó el reducto de cordón umbilical, a diez días de nacida. Hace poco más de un mes que llevé a mi hijo mayor al restaurante giratorio del WTC para celebrar su primer aniversario "redondo", una década, y no dejo de recordar como si fuera ayer cuando lo cargaba en mis brazos hecho un bebé. De Anna sólo se antoja disfrutarla más y más: que esté bien, que permanezca sana y fuerte, que descubra el mundo al ritmo de las canciones de los Beatles y otros, tal y como hoy lo hicimos los tres: ella, su padre y yo mientras la alimentábamos y veíamos los pequeños documentales que celebran la remasterización de sus discos. De pronto, nos sentimos invadidos de una alegría que se mezclaba con una tristeza y una nostalgia tremenda al mirar en nuestra pequeña pantalla la última portada de los Beatles; aquella mítica en la que el cuarteto camina sobre la banda peatonal. Anna, sin saber lo que le depara de la vida, dormía ya, arrullada en nuestro abrazo.
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