martes, 6 de julio de 2010

El abandono del nido



Anoche escuchaba los sonidos que hacía Anna en su cuna grande a través del monitor. El aparatejo se tornó en una suerte de micrófono a través del que intentaba descifrar los códigos, la semántica de los distintos ruidos que emitía mi bebé. ¿Acaso soñaba?, ¿por quién suspiraba?; cuando emitía agudos chillidos, ¿no me imploraba, en ese lenguaje críptico, que la desencadenara de esa gran nave que ahora es su cuna?

En la nueva cuna de Anna podrían caber nueve bebés de su tamaño, alineados como si se dispusieran a habitar una lata de sardinas. Anna es la novena parte de ese ínfimo espacio a juzgar por su tamaño si se le compara con nuestra cama, pero gigantesco si se le mide partiendo de su cuerpo como sistema métrico.

A mi lado izquierdo permanece el moisés, una cuna pequeña de madera y tela en la que Anna durmió hasta ahora todas las noches de su corta existencia, a excepción de las que pasamos en el hospital; su tercera morada si contamos mi útero como primera, mi regazo en el hospital como la segunda... la cuna grande es, entonces la cuarta ¿Por cuántas camas tendrá que pasar?, ¿cuántas más le faltan, si sumamos las pasajeras -las de los campamentos y los viajes, las casas de los amigos- y las permanentes: las mudanzas, la independencia, el amor, las separaciones? Miro el moisés que permanece a mi lado, quiero deshacerme de él cuanto antes, le marco al hospital a una amiga que acaba de tener a su bebé, más para ofrecerle el objeto que para felicitarla. Está lleno de ausencia. Aunque Anna duerme a escasos metros de nosotros, en la habitación contigua, ¿Qué es una cuna sin un bebé en sus entrañas?

El moisés me recuerda las semanas previas al parto. Yo no dejaba de contemplarlo, estaba lleno de esperanza, no de vacío. Ahora está lleno de reliquias: el fino pelo que se cae de su cabeza, una mancha de su saliva, un rastro de su anterior presencia.

Entro al cuarto celeste, como su padre lo bautizó. Está lleno de luz y de pájaros aunque ficticios, tiene un mejor clima. Mi bebé crece, se vuelve cada vez menos mía y más de ella. En su cuna grande, su cuarta morada, bucea en el centro. Respira tranquila. Parece que le vino bien el cambio. No dejamos de escuchar su ligero tremor que traspasa las paredes, se sumerge y navega por el cable hasta llegar a nosotros.

¿A qué hora despertará?

2 comentarios:

David Miklos dijo...

Siempre que Anna se duerme contra mi pecho recuerdo esas noches en el hospital, todos aún contenidos en un útero, pese al evidente alumbramiento de nuestra hermosa hija, nuestra bebé portento. Y la extraño junto a nosotros, ya respirando el aire de nuestra vida más cotidiana, junto a nuestra cama matrimonial. Ahora, ella en su cuarto celeste, el monitor es una nueva especie de cordón umbilical, sin torre de control definida: a veces lo es ella, a veces lo somos nosotros. Y bueno, qué decir de las noches en las que he dormido fuera de casa, lejos de ustedes, la comunicación interrumpida... Nunca quisiera que Anna dejara de dormirse contra mi pecho. Pero lo hará. Y será como haber pisado la Luna.

María (ahora en paz) dijo...

Lo hará, mi amor. El único consuelo es que pareciera que falta mucho. Por lo pronto, a conquistar una quinta, a colonizar un nuevo terreno con la cuna de viaje: el mar y las vacaciones...